sábado, 16 de abril de 2011

El teatro y el público, reflexiones a partir del teatro popular.

La gente y los globos con caca.
En un país en que el consumo de teatro disminuye dramáticamente año tras año, en que las artes escénicas no se consideran parte esencial de la vida social y en el que hay una gran cantidad de oferta pero muy poca demanda (para hablar en los términos adecuados a nuestros tiempos), se me hace necesario reflexionar en torno a la función del teatro y a la relación entre los creadores y sus espectadores.

La gente, lo que podríamos llamar el público general, se queja de que el teatro es fome, distante, enredado o simplemente malo. Y esas son las principales razones por las cuales nuestro público prefiere quedarse viendo televisión en la comodidad de su hogar o gastar el presupuesto de una entrada al teatro en copete durante el fin de semana, en vez de arriesgarse a ir a un lugar sin tener la certeza de que la experiencia que va a vivir, será algo enriquecedor para el alma.

Prejuicios o no, hay que asumir que durante un buen tiempo en Chile el teatro experimental, y principalmente el teatro joven, se tomó los escenarios abundando las puestas en escena complejas, herméticas, raras y distantes, lo que sin duda, contribuyó a masificar estos prejuicios.
Hoy la cartelera actual ofrece panoramas diversos, pero el borderaux de las salas refleja que en su gran mayoría, el público que va al teatro pertenece o está relacionado de alguna manera al circuito teatral: son actores, amigos y parientes de actores, estudiantes de teatro y otros relacionados con el desarrollo mismo del fenómeno teatral. La gente común y corriente no va al teatro masivamente y en gran medida esa responsabilidad la tenemos los creadores.

Tenemos ganas de experimentar,  pero si no tenemos público, ni fama, ni el prestigio suficiente, ni prensa, ni presupuesto, ni espacio y sólo tenemos las puras ganas, tal vez debamos re pensar nuestros lenguajes y acercarnos un poco más al origen del teatro, a ese que se hacía de manera tal que se consideraba un espacio popular, que generaba opinión pública y que transmitía historias con el fin de entretener y educar o provocar a un espectador que gustaba del teatro, que salía de él con una sensación de encantamiento, de felicidad y de catarsis.
El teatro de hoy rara vez le habla a la gente en su lenguaje, pocas veces utiliza sus códigos, genera espectáculo y entretiene enseñando sin tanta parafernalia multimedia o elaboradas metáforas escénicas con globos con caca.

No digo que no sea interesante o necesario investigar en las posibilidades del escenario, ni tampoco que la metáfora sea mala, pero debemos ser concientes que sin el espectador nuestro oficio no existe, y nuestra responsabilidad en la formación de audiencias parte por crear espectáculos  que hagan que el público se re encante con el teatro y no que le asuste.

Sin duda  hay una responsabilidad grande en las escuelas de teatro, que saturan de profesionales un mercado que no tiene posibilidad de expandirse y que enseña tendencias de vanguardia como los principales lenguajes de las artes escénicas, sin contemplar que corresponden a momentos de investigación en lugares y tiempos sumamente diferentes a los del Chile actual. Es triste que en muchas mallas curriculares no exista la comedia del arte y que no hayan ramos vinculados al teatro popular, porque no se enseña la fiesta que es inerente al teatro.
El público de ayer.
El público que asiste hoy al teatro fue educado para respetar el escenario. Muchas veces teme expresarse, censura a quién se ríe y cuida sus aplausos. Rara vez se va si la obra le parece aburrida y es casi inimaginable que un espectador llegara a lanzar un tomate al escenario, tal y como se hacía hasta el siglo XIX.
Lo más cercano a un público activo se encuentra en el circo, con sus maravillosos aplausos que arengan para que
comience la función.
¿Qué sería de un actor que no consigue sacar risas o lágrimas del público?; qué tristeza esos aplausos por cortesía o educación; que fomedad más grande salir del teatro con desgano, con lata y diciendo, “em, si, era buena… me pareció interesante”.
Pero no siempre fue así.
Como decimos los que defendemos la historia en las aulas escolares, es necesario revisarla cada vez que queremos aprender de nuestro pasado para mejorar nuestro futuro, y hay varios hitos en la historia del teatro que han hecho de este arte, muy a grueso modo, un espacio de la elite teatral que no permite la expresión del público.

El teatro nació al alero de festividades religiosas con el fin de provocar catarsis (liberación) y anagnórisis (reconocimiento) en la gente. Era un fenómeno popular, masivo y ciertamente festivo. Algo así como un show de U2, donde la gente llora y canta y sale feliz después de haber vivido “toda una experiencia”.

En los tablados del primer teatro shakesperiano, los actores, en esa época considerados parias sociales y exiliados por la ley de la legua, se exponían a ser abucheados y atacados por tomates podridos si no cumplían con el principal objetivo del teatro: entretener (que según profundiza Brecht en sus estudios posteriores, no se refiere al divertimento, si no a aquel tiempo entre el cual el público presta atención al espectáculo – “entre-tensión”).
El artista debía lograr cautivar, y del teatro se salía con la sensación de encantamiento más que de interés o novedad.
El público se apostaba a los pies de los actores, les apagaba las velas que hacían las veces de candilejas y le miraba las piernas a las primeras actrices de la historia. Si había una escena injusta, el público gritaba: libérate!, si el romance se concretaba en un beso, el público aplaudía; si los héroes luchaban hasta la muerte, el silencio culminaba en lágrimas y en aplausos; si salía un bufón y no te hacía gracia, volaban los tomates.
Más allá de que no existiera la tele en esos tiempos, el teatro en Grecia y hasta bien entrado el siglo XVIII tenía varias diferencias con lo que conocemos como teatro hoy en día.
Una sucesión de innovaciones técnicas e ideológicas, alejaron progresivamente al público de los tablados, iluminaron de manera distinta las salas para darle más importancia al escenario y desarrollaron estilos actorales que hacían del espectador un intruso en la escena. Ya no se arrojaban tomates, el artista cobró una nueva dimensión social y el teatro se volvió experimental. ¿Pero cuándo se olvidó de contarle historias al público?

El primer hito: el precipicio místico de Wagner.
Siguiendo la línea de Gottfried Semper y Adolf Appia, Richard Wagner introduce alrededor de 1850 profundas innovaciones en cuanto a la arquitectura de los escenarios para la ópera, que fueron rápidamente absorbidas por el teatro.
La oscuridad de la sala durante la representación y la creación de un espacio vacío entre el escenario y el público, denominado “precipicio místico”, hacían resaltar la escena y son las primeras modificaciones que dificultan el contacto visual entre el espectador y el actor.

Stanislavsky en los mismos años, comienza a desarrollar su método de actuación, el que incluye la creación de una cuarta pared imaginaria entre el público y el actor para dar la sensación de intimidad y naturalismo a la escena, convirtiendo al espectador en un intruso de la vida de otros.

Ya en el siglo XX aparecen las vanguardias, absolutamente influenciadas por la masacre de las guerras mundiales, que exponen el dolor y comienzan a investigar y experimentar en otras posibilidades de expresión, con un nivel más elevado de metáforas, pero casi al mismo tiempo, el teatro y el arte en general comienza a reaccionar frente a estos cambios, como si un instinto advirtiera que esta relación distanciada entre el artista y su público pudiera dejar de ser una moda para convertirse fatalmente en un canon a futuro.
Así llega Pirandello y sus intervenciones meta teatrales, en las cuales instala actores como espectadores que reclaman en contra de la escena, y por supuesto Brecht, donde curiosamente el llamado “Distanciamiento Brechtiano” fue la última investigación técnica de gran importancia que acercaba al espectador con el fenómeno teatral, alejándolo de la emoción de la anécdota para volverlo conciente del discurso que la obra entregaba. Este distanciamiento se asemeja en parte a los “apartes” del teatro clásico, que con canciones o carteles, daba a entender y sobre entender las ideas revolucionarias del comunista Bertolt Brecht.

No pienso que las grandes revoluciones del teatro a lo largo de la historia no sean valorables, pero creo que en el actual estado del teatro chileno deberíamos mirar un poco más hacia atrás, por sobre todo en la relación del publico. Porqué estos cannones son determinantes en la escena actual, si rápidamente pasaron de moda y los antecedía una historia mucho más exitosa. Qué formación de audiencias podemos tener si el publico popular, la gente, no entiende, se aburre o simplemente prefiere ver tele. Porque no miramos ese teatro que se hacia a luz prendida, con la gente colgando del escenario, riéndose de los “tontos” que actúan en los días de fiesta, viviendo una catarsis colectiva mientras se entretienen y aprenden con las historias de otros seres humanos iguales a ellos, más virtuosos o más ridículos, encarnadas por el actor.

Atreverse a decir cuando una obra de teatro no le gusta o le aburre, atreverse a irse, a exigir que el espectáculo entretenga, es el primer paso.
El teatro no es un templo.
El teatro nació como una fiesta popular. Dejémoslo crecer.

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